de la flauta roja
la mariposa negra
pequeño pedazo de noche
cuál es
la que da más vueltas
en mi cabeza.
Oscurece al fin es un viaje en soledad. Al escribir busco esa sombra, ese origen. Los ojos se inundan y se aquietan en la contemplación del instante.
Tristeza entre los dedos, “presencia de esa ausencia”, terrible aguja que acompaña, sana y pincha en cada verso. Sobrellevar esa soledad, comprender esa locura, mimar, diluirme en las palabras que tratan de brillar oscureciendo. Angustia del no-tiempo, instante del objeto, fisura o quiebre, profundidad, fascinación del abismo.
Cuando ingresa a mi cuerpo, cuando puedo percibirla y dotarla de sentido, me abandono del mundo y pareciera que volverla a mirar o representarla de cualquier manera es imposible. Llego a tocar la angustia de una inmovilidad en el tiempo y en el espacio: instante en que Ella vuela dentro de mí, quiere salir desde mí; quiere escapar en formas, -me encuentro con su despojo, con la extrañeza de la soledad- Ella ha escapado, ya nada funcionará, ni la pasión ni la intensa búsqueda. Me sitúo en una membrana sin emisor ni receptor, ya no la reconozco porque está dentro de mí.
Desde esa oscuridad registro movimientos, ritmos, juegos que quieren alcanzar la claridad que corre y se arrastra dentro de mí: mostrar la intimidad, esconder la intimidad, mezclarla con olores y ritmos, inventarla nuevamente. Pero oscurezco y borro y cambio, entristezco en este mundo. Escribo.